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Revista Iberoamericana Ambiente & Sustentabilidad ISSN: 2697-3510 I e-ISSN:
2697-3529 I Vol. 7, 2024 |
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Reseña biográfica |
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Mario Molina: Un científico socialmente comprometido. Mario Molina: A socially commited scientist.
Mario Molina: Um cientista socialmente comprometido. |
Federico Velázquez de Castro González Asociación Española de Educación Ambiental, España velazquezdecastrofederico@gmail.com Reseña biográfica Recibido: 31/5/2024 Aceptado: 12/12/2024 Publicado: 14/12/2024
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RESUMEN
En el presente artículo se comenta la trayectoria de
uno de los científicos más relevantes del siglo XX, el doctor Mario Molina.
Oriundo de México, tras obtener allí su licenciatura, amplía sus estudios
superiores en California, incorporándose a un grupo de trabajo sobre química
atmosférica, en el que participó en una investigación trascendental: cómo unos
productos de excelentes propiedades (incluida la ausencia de toxicidad) y
utilizados en aplicaciones residenciales, comerciales e industriales, podían ser
destructores del ozono estratosférico si alcanzaban las capas altas de la
atmósfera. Este descubrimiento le llevó a recibir el Premio Nobel de Química,
pero su mérito se amplió al implicarse socialmente para que fuera posible la
prohibición de los productos responsables. También es destacable su retorno a
México para trabajar por la mejora de su país. Este perfil profesional que
rehúye el aislamiento y elige dar un objetivo social a sus conocimientos para
que se reviertan en una mejora de la población (especialmente de los más
desfavorecidos), es hoy sumamente necesario para abordar los importantes
desafíos ambientales.
Palabras clave: clorofluorocarburos, ozono, partículas, Protocolo de Montreal
ABSTRACT
This article discusses the career of one of the most important scientists of the 20th century, Dr. Mario Molina. Originally from Mexico, after obtaining his degree there, he continued his higher education in California, joining a working group on atmospheric chemistry, where he participated in a transcendental investigation: how products with excellent properties (including the absence of toxicity) and used in residential, commercial and industrial applications, could be destroyers of stratospheric ozone if they reached the upper layers of the atmosphere. This discovery led him to receive the Nobel Prize in Chemistry, but his merit was extended by his social involvement so that the prohibition of responsible products was possible. Also noteworthy is his return to Mexico to work for the improvement of his country. This professional profile that shuns isolation and chooses to give a social objective to his knowledge so that it is reverted to an improvement of the population (especially the most disadvantaged), is extremely necessary today to address important environmental challenges.
Keywords: chlorofluorocarbons, Montreal Protocol,
ozone, particulate matter
RESUMO
Este artigo discute a carreira de um dos cientistas
mais importantes do século XX, o Dr. Mario Molina. Natural do México, após
obter sua graduação lá, expandiu sua formação superior na Califórnia,
integrando um grupo de trabalho sobre química atmosférica, no qual participou
de uma investigação transcendental: como produtos com excelentes propriedades
(incluindo a ausência de toxicidade) e usado em aplicações residenciais,
comerciais e industriais, eles podem ser destruidores da camada de ozônio se
atingirem as camadas superiores da atmosfera. Essa descoberta lhe rendeu o
Prêmio Nobel de Química, mas seu mérito foi ainda mais reforçado por seu
envolvimento social para tornar possível a proibição de produtos responsáveis.
Também é digno de nota seu retorno ao México para trabalhar pela melhoria de seu
país. Esse perfil profissional, que foge do isolamento e opta por dar uma
finalidade social ao seu conhecimento para que ele possa ser utilizado para
melhorar a vida da população (principalmente a mais desfavorecida), é
extremamente necessário hoje para enfrentar importantes desafios ambientais.
Palavras-chave: clorofluorcarbonos, material particulado, ozônio, Protocolo de
Montreal
INTRODUCCIÓN
Aunque existe una tradición importante, aún son
minoría los científicos que se implican en los problemas sociales de su tiempo,
interviniendo, a veces con cierta heterodoxia, en debates que afectan
directamente a la salud humana o a la naturaleza, por citar algunas de las
áreas más relevantes. Sin embargo, nos interesa el perfil comprometido de los
hombres y mujeres de ciencia porque su mensaje, sustentado en investigaciones y
conocimientos, no sólo aportan luz y autoridad, sino que pueden liderar iniciativas
necesarias para el bien de la comunidad.
Mario Molina se inserta en esta línea, pues además de
trabajar sobre temas de gran impacto ambiental -la acción de
los cloroflurocarburos (CFC) sobre la capa de ozono-
supo llevar a los distintos actores a mesas de negociación para conseguir
acuerdos, cuya urgencia estaba fuera de toda duda. Volvió a su país de origen,
dejando atrás importantes ofertas profesionales, preocupado por elevar el
currículum escolar, especialmente en cuanto a la asignatura de Química se
refiere. Intervino, finalmente, con voz autorizada en el periodo de
pandemia para promover el uso de las mascarillas.
Es importante que personas con este perfil sean
reconocidas en el ámbito científico y social. En el primero, para que sirvan de
ejemplo y referente; en el segundo, para que la sociedad comprenda que la
ciencia práctica es una de las herramientas imprescindibles para interpretar la
realidad y contribuir a su mejora.
Vida profesional
José Mario Molina-Pasquel Henríquez
nació en Ciudad de México el 19 de marzo de 1943. Desde su infancia se sintió
atraído por la química y, tras su paso por la enseñanza media, eligió la
carrera de Ingeniería Química en la Universidad Nacional Autónoma de México
(UNAM), interesándose por la fisicoquímica (que en España se conoce como
química-física). Realizó su trabajo de licenciatura en 1965, comenzando
posteriormente estudios de doctorado en la Universidad californiana de
Berkeley, sobre el conocimiento de la dinámica molecular mediante el empleo del
láser. Obtiene el doctorado en 1972.
Entra en el grupo del profesor Sherwood Rowland en la
Universidad de Irvine (California) con quien iniciará una investigación
orientada a conocer el destino de los clorofluorocarburos (CFC), lo que supuso
su trabajo postdoctoral, cuyas conclusiones impulsaron el Protocolo de Montreal
de 1987. Entre 1989 y 2004 fue profesor del Instituto Tecnológico de
Massachusetts.
La capa de ozono y los CFC
Situada entre los 22 y 25 kilómetros de altura, se
encuentra lo que conocemos como capa de ozono (ozonosfera). Contiene la mayor
parte del ozono atmosférico y su origen habría que situarlo hace 1.500 millones
de años, cuando la proporción de oxígeno era solo el 1% de la actual, aunque no
sería hasta 700 millones de años después cuando estaría plenamente constituida.
Su presencia supuso la formación de un escudo protector más frente a las
radiaciones penetrantes emitidas por el Sol, en este caso las fracciones B y C
de la radiación ultravioleta.
El primer CFC se descubrió en 1923, en el departamento
de investigación de la empresa General Motors, cuando se buscaban refrigerantes
que mejorasen aspectos problemáticos (como las fugas o incendios) del dióxido
de azufre y el amoníaco, empleados frecuentemente entonces. Su descubrimiento
fue muy prometedor, hasta el punto de que se fabricaron 20 nuevos productos de
la misma familia. Los CFC son compuestos químicos sencillos derivados del
metano o etano, donde los átomos de hidrógeno han sido sustituidos completamente
por halógenos, especialmente cloro. En los años 70 del siglo XX, su uso se
había extendido a más de tres mil aplicaciones, entre ellas la refrigeración en
todas sus formas, propelentes de espráis, espumas, disolventes, extintores,
usos médicos y militares, etc., con una producción de mil millones de toneladas
anuales (se encontraban en las líneas de producción de todas las grandes
compañías químicas), de las que un millón se verterían como pérdidas a la
atmósfera.
¿Qué contribuyó a su auge? Todo eran buenas noticias:
gran estabilidad, alta eficiencia, ausencia de toxicidad, fácil manejo y bajo
coste. Fue entonces, junto con S. Rowland, cuando emprendieron una
investigación sobre el destino de estos productos. En el aire se encontraban
por debajo de la proporción esperada, y en cuanto al agua, eran insolubles.
Tampoco el suelo ofrecía valores significativos. Hay que recordar que los
tiempos de residencia atmosférica de los CFC son muy dilatados -alrededor de
100 años- por lo que, allí donde estuvieran, deberían acumularse. Sin embargo,
quedaba otra posibilidad, y esta fue la novedad de la investigación de
Molina-Pasquel: debido a los largos tiempos mencionados, podrían ser inyectados
en la estratosfera, puesto que la capa separadora -la tropopausa- permite
intercambios en ambas direcciones. Una vez allí se encontrarían con su único
sumidero, la radiación ultravioleta de onda corta, que podría descomponerlos
liberando cloro que, a través de una serie de reacciones catalíticas,
reaccionaría con el ozono destruyéndolo.
El mundo en alerta
En 1973 enviaron un artículo a la revista Nature, en el que se detallaba esta hipótesis,
siendo rechazado por alarmista. Afortunadamente, una de sus revisoras, Susan Salomon, estaba involucrada en una línea de trabajo
similar, lo que les permitió aunar esfuerzos, y así el 28 de junio de 1974 el
artículo pudo publicarse bajo el título: “Stratospheric
sink for chlorofluoromethanes: chlorine atom-catalysed destruction of ozone”.
El impacto fue enorme. La Academia de Ciencias de
Estados Unidos realizó estudios que mostraban que para 2050 habría desaparecido
hasta un 13% del ozono estratosférico. La vida corría peligro, de entrada, se
esperaba un aumento en el número de cánceres de piel (como de hecho ocurrió más
adelante), lesiones oculares y trastornos inmunológicos. Animales, plantas y
materiales se verían también afectados; preocupando la reducción de las
cosechas y la acción sobre el fitoplancton. Se convirtió así en el primer problema
global al que la humanidad tuvo que enfrentarse.
La gran industria se revolvió, defendiendo la
inocuidad de sus productos. La responsabilidad recaería, según argumentaban, en
los ciclos solares o los vientos estratosféricos. En 1975 se publicó un
artículo en Science, promovido por la
industria, que Molina tuvo que rebatir. Desde su primer artículo publicó dos
docenas de textos relacionados con el ozono, incluidos los que refutaban las
posiciones de las grandes compañías, cuyas “teorías” hubo que ir desmontando.
Una vez demostrada la responsabilidad de los CFC había que actuar.
El Protocolo de Montreal
Debido al alto nivel de riesgo que la situación
mostraba, Molina-Pasquel comenzó a promover un protocolo que limitase la
fabricación de estos compuestos. Aún no existía una evidencia científica
completa, pero el tiempo apremiaba, por eso lleva el resultado de sus
investigaciones a los medios de comunicación y a los responsables políticos.
Estas iniciativas “más allá de la ciencia” podían poner en riesgo su reputación
profesional, mas, aun así, se implicó. Se pide la aplicación del Principio de
Precaución (aceptado por la Unión Europea), promoviendo un encuentro amplio de
todos los sectores que abarcaran aspectos científico-técnicos, sociales,
económicos, políticos y éticos. Molina-Pasquel mantiene un compromiso ético con
la ciencia, que ha dirigido sus movimientos anteriores, vinculándola con los
intereses generales.
El Protocolo de Montreal fue firmado en 1987 por 43
países y está considerado como uno de los mejores logros ambientales. Un
acuerdo que deseamos se imitara en relación con otros impactos, especialmente
el cambio climático. Según la primera versión del Protocolo, para el año 2000
debería reducirse en un 50% la producción y consumo de los CFC. Sin duda era un
logro, pero para algunos aún insuficiente, de hecho, los datos que, desde
tierra y aire se registraban cada año sobre las concentraciones de ozono, advertían
de la seriedad del problema y de la necesidad de adoptar medidas más
contundentes (el “agujero de ozono” antártico era una de sus manifestaciones
más preocupantes). Fue así, en la revisión del Protocolo en Londres (1992)
cuando se decidió unánimemente la prohibición total de su fabricación, comercio
y consumo para 1996, fecha que Estados Unidos y la Unión Europea adelantarían
un año. Quedaban exentos los “usos esenciales” (médicos o militares), y los
países del Sur dispondrían de una prórroga de 10 años. Pero el 98% de la
producción total quedaba suprimida.
De vuelta a México
Mario Molina dejó la comodidad de su estatus, como
profesor emérito con salario vitalicio, para cambiar su residencia y su vida
volviendo a México con el objetivo de combatir la contaminación atmosférica y
el cambio climático. Nunca se olvidó de su país, al que trató de apoyar hasta
los últimos días de su vida. Su contribución fue importante, en la zona
metropolitana del Valle de México para eliminar el plomo, reducir el dióxido de
azufre y medir la presencia de partículas.
A partir de 2001 coordinó un equipo de científicos
mexicanos y estadounidenses para abordar el problema de la contaminación
metropolitana en el centro del Distrito Federal. Pidió la regulación del
transporte pesado, responsable en gran medida de la emisión de las partículas
PM2,5 (es decir, de diámetro inferior a 2,5 micras), demostrando que afectaban
al desarrollo de los niños; estas partículas son responsables del 1,5% de las
muertes por todas las causas que se producen en el mundo.
Cuestionaba el “derecho humano” a tener un vehículo,
como algunos jueces dictaminaban, sino que, más bien, el verdadero derecho era
a un medio ambiente sano. La jurisprudencia hoy ha cambiado, en el sentido
orientado por Molina, restringiendo, entre otras medidas, la circulación de los
vehículos antiguos.
Trata de convencer al gobierno de Felipe Calderón,
puesto que su reforma energética no iba en sintonía con las exigencias
ambientales del momento. Apoya las energías renovables y promueve leyes desde
2008, mostrándose crítico con los biocombustibles para que no compitieran con
la producción de alimentos ni sustituyeran áreas naturales ricas en
biodiversidad.
Aplaude la constitución del Sistema Nacional de Cambio
Climático, de hecho, México fue el cuarto país del mundo en aprobar una ley en
este sentido, siguiendo las recomendaciones internacionales. Con todo, estaba
convencido que el presidente López Obrador, no era consciente de la gravedad
del problema.
Presidió en México, desde 2004, el Centro Mario
Molina, institución de investigación y promoción de políticas públicas
fundamentadas en evidencias científicas.
Durante la pandemia
Fue un firme defensor del uso de las mascarillas (o
“cubrebocas”, como también se las conoce), consciente de su importante papel
protector. Más tarde observó que el SARS-COV-2 podía transmitirse en un
mecanismo similar, a través de las partículas PM2,5, según los datos que se
iban recogiendo en Europa, Nueva York y China; lo que reforzó su posición
frente al gobierno para que estableciera la obligación de que los ciudadanos
llevaran este medio protector, invitando al presidente López Obrador a que
diera ejemplo utilizándola.
Reconocimientos profesionales
Mario Molina recibió, junto a F.S Rowland y P.
Crutzen, el Premio Nobel de Química en 1995 por sus decisivas investigaciones
sobre la protección de la capa de ozono. Formó parte del Consejo de
Asesores de Ciencia y Tecnología de los presidentes Bill Clinton y Barack
Obama. Recibió 40 doctorados honoris causa, fue Premio Tyler de Energía y
Ecología en 1983 y Premio Sasakawa de las Naciones
Unidas.
Falleció de un ataque al corazón el 7 de octubre de
2020 a los 77 años. Todos los que en aquella época trabajábamos desde la
universidad y otros entornos cívicos sobre las temáticas que abordó,
reconocemos sinceramente su labor y agradecemos el ejemplo transmitido, al
promover el encuentro de la ciencia con la sociedad, a la búsqueda siempre del
interés común.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
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